De los avatares que forjan Nación

 

Por: Guillermo Navarrete Hernández

Desde la óptica del Estado ideal, cual es el modelo europeo o norteamericano, expertos en la materia consideran cuatro los elementos constitutivos del Estado: el territorio, la población, el gobierno y la soberanía (Jellinek, 1999). Aunque resulta complejo el entender cada uno de estos, más cuando se pueden interpretar conforme a la postura ideológica de la que se tenga convicción, hay uno en el que es importante detenerse por cuanto tiene que ver con las interacciones necesarias para la supervivencia y, en ese marco, para la reproducción de las especies, fundamentalmente la humana, y de los medios que la pueden hacer posible: la población, concepto que hace referencia a aquel grupo humano el cual ocupa un territorio (Ibid.).

El mentado autor, plantea a su vez que el pueblo posee determinadas características culturales que lo identifican y que le permiten procurar Nación. En tal contexto, esta se construye sobre valores que se adquieren con el paso del tiempo en razón del relacionamiento dado por el compartir un territorio y una forma de vida.

Fernán González (2014) al citar varios autores, observa que los conflictos, más específicamente las guerras entre naciones, jugaron un papel primordial en la configuración de los estados democráticos europeos, mientras que las guerras internas son la expresión de la fragmentación de las élites, la escasa integración entre los territorios y de la inexistencia de un mercado nacional que los articule.

En ese juego del forjar identidades, llama la atención el devenir judío como pueblo, el cual ha tenido que debatirse entre promesas de una tierra, éxodos, invasiones, tiempos de esclavitud, diásporas, pogromos y restitución, esta última especialmente a partir de 1948 cuando Ben-Gurión, después de una corta confrontación contra algunas naciones árabes, declaró la independencia de Israel, avalada por la Organización de las Naciones Unidas. Esa condición de pueblo es lo que le ha permitido constituirse como Nación, gracias a los ritos ordenados por Dios y de que fueran transmitidos de generación en generación, a los que Primo Leví atribuye una parte de la explicación del odio de los Nazis en contra de ellos, sumado al fenómeno de “la aversión contra quien es diferente de uno”.

El caso colombiano es bien diferente. La invasión de un imperio que se dedicó a asesinar, saquear y destruir la identidad de las naciones ya existentes, de utilizar la religión como un instrumento para tales propósitos, así como la historia erradamente contada en los claustros escolares al presentar como héroes a dichos villanos.

De la guerra de independencia es importante señalar que 32 años después, en el gobierno de José Hilario López, fuera prohibida la esclavitud. Además, las nueve guerras civiles acaecidas durante el siglo XIX y que culminó con una de las más cruentas, la de los Mil Días; los redivivos ciclos de violencia del siglo XX extendidos al presente, matizados por fenómenos como el narcotráfico, la corrupción y de poderes políticos regionales en alianza con estos, el desplazamiento, el despojo sistemático de campesinos, afros y pueblos ancestrales, la multidiversidad de su territorio y de sus etnias, de cierta manera han impedido el forjar esa identidad.

Sin embargo, todo indica que una nueva narrativa se abre paso a partir del acuerdo con las extintas Farc, el viraje de la idea de gobernar y un movimiento social que está dispuesto a evitar que se sigan imponiendo lógicas del pasado en el que algunos sectores se anclan y la publicación de la memoria sobre el reciente conflicto, determinarán esa senda inmutable de Nación.

 

Posted by Elías

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